Editorial


Política y religión, una hibridación poliamorosa en Colombia


"La única forma de estar sin normas y sin leyes es estar aislado de la política y la religión" decía el padre de uno de nuestros periodistas mientras él lavaba los platos de la cena. Esta última, como potencia dogmática, siempre ha cumplido un papel preponderante dentro de la política en el mundo, en el caso colombiano el planteamiento no es diferente, pues aún se conservan muchas características eclesiásticas dentro de los escenarios democráticos, que en esencia, difiere con el estatus laico que posee el Estado según la sagrada Carta Magna colombiana. 

Solo hasta hace algunos años, en algunos templos católicos los sacerdotes aprovechaban la asistencia masiva del púlpito cristiano para pautar partidos políticos –aunque algo me dice que lo siguen haciendo algunos sacerdotes que van por el tercer cuarto de siglo de vida-. Esa figura ha trascendido en los últimos tiempos, tratando de evolucionar para acomodarse a las normativas que la modernidad y la era digital han traído, y así acoplarse a las necesidades y gustos de jóvenes en quienes encuentran un público potencialmente virgen, en cuanto a ideologías plantadas me refiero; pero hay un problema con ello, los jóvenes, que ahora tienen tendencias más liberales y anarquistas, no quieren escuchar cómo deben ser regidos, o por lo menos no les gusta demasiado.
Sin embargo, y a pesar de la lucha por la diversidad de religiones que hay en el país, la cifra de creyentes cristianos va en aumento. Según el Annuarium Statisticum Ecclesiae, divulgado por el Vaticano y publicado por el periódico El Tiempo: “la población mundial creció 10,8 por ciento entre el 2005 y el 2014, en ese mismo periodo el número de católicos aumentó 14,1 por ciento y alcanzó los 1.272 millones de fieles en todo el planeta.”

Fanatismo sagrado

Entre toda esa gran cantidad de fieles, en nuestro país hay personajes reverenciales que se han encargado de maquillar la fe para ganar adeptos en cuestiones que veníamos creyendo desligadas, tal es el caso de la senadora Paloma Valencia, fervorosa pupila del reconocido autor de la novela “¡Le voy a dar en la cara, marica!” , que con un cuadro titulado en Internet como El Sagrado Corazón de Uribe, muestra, que en definitiva, el fanatismo religioso y la moda de las ultras en los partidos políticos siguen tomados de la mano, columpiándose juntos como adolescentes precoces en el segundo mes de relación amorosa.

Frente a esto muchos críticos, opinólogos y politólogos empíricos con diplomado en Facebook y Twitter no se hicieron esperar, y comenzaron una guerra en la que volaron motosierras, almendras, ponchos y muchos hashtags donde la palabra mamerto no podía dejar de aparecer como si de una norma política se tratara. La senadora, muy pacífica ella como si su nombre estuviera representando, dijo a Blu Radio en entrevista: “Es un cuadro que me regaló una artista popular hace unos cuatro años. Ella tiene una serie de pinturas kitsch sobre los políticos y la religión en Colombia y es una alegoría con mucho humor y fundamento”.

Política con ‘í’ de iglesia

Juan Gossain, en su columna de opinión ¿Son cristianos que se politizan o son políticos que se cristianizan? dice que la religión va a ser un factor determinante en las elecciones del 2018, pero, ¿cuándo no la ha sido? Me atrevo a decir que es un matrimonio conflictivo, de esos que no se soportan, que tienen sus artimañas, secretos, bondades y desventajas, pero que juntos hacen un equipo tan efectivo como el de Frank Underwood y Claire Underwood en House of Cards. Tienen una mirada hipócrita en la que su objetivo principal es ser idiotas útiles uno del otro para lograr lo que se proponen, pero ¡vaya que les funciona! Y no me refería a ese matrimonio de Netflix.

Si preguntan que nuestro periodista es ateo, no lo es, nosotros más o menos; si se cuestionan si odia la política, no la odia. Nosotros, a veces. Él cree, por el contrario, que ambas son corrientes de una misma línea que se justifican en un mismo fin, el control, y en ciertas ocasiones es bueno que haya un control, pero debemos propender porque no se quiera impostar sobre la libertad de la democracia algo como la religión, porque si bien la primera es para todos, la segunda no lo es, y aunque no debemos imponer ninguna de las dos, es necesario comprender el panorama hasta el punto donde convergen estas dos vertientes normativas, y así, poder diferenciar en qué momento estamos frente a un híbrido político-religioso como el que ha tratado de hacer el ex procurador Ordoñez, que tan religiosamente, y de la mano al pastor evangélico David Name Orozco, va como fórmula hacia los cuestionables presidenciales de 2018 donde, una vez más, la religión y la política convergen nuevamente para crear la ecuación perfecta: un estado laico al revés.


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