Crónica

Camas de cemento

Por: Eddie Vélez Benjumea





FOTO: Archivo Noticias CPC | Una habitante de calle duerme, en el carrusel de la carrera 50, sobre cajas de cartón y periódicos viejos.

En colchones tan duros como si de cemento estuviéramos hablando pasan largas noches algunas personas en Caldas, y es que precisamente de eso están hechos sus lechos, de concreto.  Pasamos por encima de ellos cuan bolsa de basura putrefacta esperando a ser recogida fueran. Los ignoramos, los despreciamos, los repugnamos y los maltratamos, aun así vamos a misa todos los domingos a pedir de rodillas por una semana más de vida y a agradecer a Dios por lo que tenemos y a ellos les falta.

Hipocresía argumentada por jugosos salarios, a eso le llamamos vida. Ellos mientras pueden sobreviven noche tras noche al temple clima de las calles de Cielo Roto.

A veces las  familias discuten por ver quién se queda con la mejor almohada, la cobija más cálida, el colchón más suave, grande y ortopédico, desconociendo que hay personas en la calle que no tienen más que lo que llevan puesto, lo bueno, para algunos, es que van a la moda, sus prendas con rotos, desgastes y manchas están a la vanguardia con los 'Outfits' que impone la sociedad.

Realizar este nostálgico recorrido durante las frías noches y madrugadas de este municipio no fue lo que podríamos describir como una experiencia gratificante, al menos no en lo que respecta a esa sensación abrumadora y la impotencia que me daba el no poder regalar una hogaza de pan o un poco de chocolate para no alterar la situación periodística, sin embargo  tuve que seguir al corriente de esa frialdad de la que nos apropiamos los comunicadores. “Perseguir la objetividad aunque se sepa inaccesible.” Hace parte de nuestro código deontológico, malnacido y putrefacto parágrafo del código que nos impide demostrar sentimientos en nuestras publicaciones y nos inhibe de demostrar, con nuestra interpretación cuan podrida, sobrevalorada y pocas veces bella es la humanidad.

El recorrido comenzó el 28 de abril de 2017, una de las noches más frías que había sentido en el pueblo, no estoy hablando de la sensación térmica, esa noche estaba a 18°c, me refiero al frío que sentía tan impotente al ver cómo otros seres humanos acomodaban lo que esa noche sería su lecho de sueño. Para describir la previa a esa situación hay qué ver el contexto, el antes y el momento justo del hecho. Estas personas pasan un día entero buscando entre la basura, que bastante sí hay regada por las calles -sin menospreciar el gran trabajo que hace Aseo Caldas- cajas de cartón, y si están de suerte, alguna frazada zarrapastrosa, ruñida y maloliente que puedan utilizar para cubrirse, si no están de suerte, de la lluvia de este lugar que conocemos como Cielo Roto –ya podrán interpretar por qué le decimos así- Dejan al menos dos o tres cajas de las que encuentran y reciclan para poder comprar su poco alimento y cuando llega la noche comienza la odisea: desdoblan las cajas con una paciencia tenaz -no tienen más y si las dañan saben que ya a esas altas horas de la noche no podrán conseguir más- las tienden sobre una acera que previamente estudian, las variables constan en que el lugar tenga un techo, si así le podemos llamar, procuran por no buscar un lugar muy transitado ni por vehículos, ni personas –a sabiendas de que siempre están a la merced de aquella maliciosas que quieran hacer daño- y el instinto les hace saber en qué lugar pueden estar protegidos del viento y la lluvia, o más bien no es el instinto, es la experiencia de múltiples ocasiones en las que han sido desplazados por las tormentas de este lugar –los que vivimos aquí sabemos que los aguaceros son feroces porque acá llega toda la concentración atmosférica como si de un coladero tratase, de allí el seudónimo de Cielo Roto.


Para la suerte de estas personas los periodistas cumplimos una función muy importante, les proveemos algo indispensable para sobrevivir a las inefables heladas de esta puerta sur del Área Metropolitana del Valle de Aburra, periódico; utilizado como aislante climático; se lo ponen encima de su cuerpo cuando se acuestan sobre las cajas de cartón y luego, tratando de no mover el papel se cubren con las cobijas y se quedan dormidos, como los delfines, con un ojo abierto y otro cerrado para cuidarse de quien sabe qué les vaya a suceder en esa noche más.

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